Alicia López. Respuesta a la carta de C.B. sobre la vejez …

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RESPUESTA A LA CARTA DE C.B. SOBRE LA VEJEZ Y ADENDA A DICHA RESPUESTA SEGÚN PASO EL TIEMPO.

Allá por los noventa y….convinimos con mi amiga C.B. intentar cierta suerte de experimento evolutivo, por el cual nos prometimos un voluntario intercambio epistolar que debía ponerse en acto por lo menos cada decenio. El mismo apuntaba a dejar registrados en letra y estilo (en lo posible) los cambios y mutaciones que nos sucedieran en cuerpo y alma, durante el camino de vida que nos quedara  por recorrer.

Como todo propósito declamado, las pretendidas “cartas” quedaron en palabras que van al aire, y los cambios y aconteceres, con lapsos sin cronología, aparecieron (a veces inspirados, otras como mensajes de antigua telegrafía), en el contenido de correos electrónicos, que ya no están en este mundo, salvo que las ondas web tengan alguna suerte de alma, y en el final de los tiempos convoquen resucitación…

El hecho es que, sin embargo, una de esas cartas estipuladas fue cumplida, y es la respuesta que a continuación copio, después de haber tenido en mis manos (y perdido) el texto de C.B. que la motivó. Finalizada la misma, añado impresiones y conjeturas que me promueve actualmente lo escrito en aquella circunstancia.

Año 1995

En pocos días más cumpliré cincuenta y un años. Cumplirá cincuenta y un años alguien que no siempre logra diferenciar lo que sentía o pensaba a los cinco, a los quince o a los veinticinco. Por ejemplo, en este momento, cuando estoy abocada a escribir repercusiones sobre la carta de C.B. siento el irrefrenable deseo de ir a comprar un helado en la heladería de la esquina. Preocuparme (concientemente) sobre la vejez es algo que me acontece desde hace relativamente poco tiempo. Tener que responder a los deseos punzantes (por acuciantes) ha sido una constante desde siempre. Algunas veces intento poner cierto orden en lo que continuamente se altera dentro mío. Mi tiempo de estar en este mundo. El que comenzó a mostrar su faceta poco halagüeña poco después de mi nacimiento: tenía ocho meses cuando hicieron estallar la bomba en Hiroshima y suelo relacionar mi recurrente escepticismo con este hecho.(Tengo una foto en el parque Lezama de ese día específico, con una cara de bebe…) Y quizás por eso también siempre he tenido inclinación por las “causas justas”. Por haber nacido en este siglo veinte creí en revoluciones posibles, y aún creo en los vericuetos del inconsciente, en que la condición de las mujeres puede llegar a ser otra, mejor siempre que la que se accede, creo en la utopía del amor, que tiene traiciones, momentos únicos, etc.

Las ideas pueden haber sido un gran amor. Pero solo confío en lo que me pueda dar la literatura. A los casi cincuenta y un años pretendo escribir. Bueno, lo intento, de modo recurrente, desde que tuve treinta y cinco.(No se por qué desdeño los diarios de la adolescencia, a partir de los doce años). Hojas y hojas ya forman parte del “decorado” en el que vivo. (cito a Beauvoir hablando de la vejez, cuando siente que el mundo ya no va con lo que ella ha sido).

anteojos 

 

 

 

Nunca tuve hijos. Y no hace mucho, en una especie de bravuconada, dije a alguien que quizá algunos libros (¡pretenciosa! ) fueran los hijos de mi vejez. Me retracto. Quisiera que tuvieran la connotación de “amantes de mi vejez”.Tener o no tener hijos no fue para mí un tema problemático, En lo visible. La militante que llevaba adentro me señalaba “¡has logrado transgredir!. Pero siempre me encuentro dando explicaciones sobre las razones por las que no tuve hijos. La más natural, es porque nunca me quedé embarazada .Dejo de lado ahora que hubiera hecho si…no fue, y listo. Menopausia en marcha, no se si  algún día lloraré , quizás me arrepienta a los sesenta y cinco. Se que quiero tener libros .Pero me cuesta escribirlos .A los cincuenta años.

El número, repetido, tiene en mi vida sus significados. Tenía cincuenta años una de mis abuelas cuando nací. Tenía ella casi cien cuando murió, el año en que yo cumplía cuarenta y nueve. Ella quería vivir a toda costa, intentó huir despavorida de la cama una hora antes de que la violencia indebida (otra vez cito a Beauvoir) la muerte, la alcanzara. Ese mismo año, tres meses después murió una amiga muy querida que tenía poco más de cincuenta. Mi amiga hablaba mucho de que iba a morir sin llegar a vieja, antes de que enfermara. Y murió triste, creo que por ver cumplida su profecía. La cincuentena se las trae, o se las lleva.

Cuando no peleo conmigo me peleo con el mundo. Pero prefiero aborrecer a los demás y no a mí. El método a veces me resulta. ¿Qué quisieras ser cuando seas grande? Ya ni me acuerdo lo que respondía. Acabo de leer en una novela (Lo que Maisie sabía, de Henry James ) el razonamiento de una niña a la que la pregunta le parece idiota. Porque supone que la hacen los adultos que aun no saben lo que quieren ser.¿Que quisiera ser cuando sea vieja? Ahora contestaría escritora, lectora, viajera como cuando se es joven…cuando cumplí cincuenta volví a España, de donde nunca me fui.

La vejez mas cercana que tengo frente a mi es la de mis padres. La veo dolorosamente, por sus ciclos de enfermedades, sus temores.¿Que espero para mí? Tener salud, estar lúcida, contar con interlocutores válidos. Me fascinaría una locura de amor pero…no tan loca. Con sus riesgos, ¿algo así como “a lo Brönte”…algo de la sinrazón de “Cumbres Borrascosas”? Alicia, después bancátelo. Me cuesta imaginarme vieja, y los cincuenta y uno de mi cuerpo, casi menopáusico, (vuelve la connotación maternista) son estudiados en este momento por análisis clínicos. Dicen que me falta hierro y calcio. ¡Todavía! Me hacen sentir que nunca he crecido. Pero se que esta vez la falta es déficit. El ginecólogo me explicó que  mis ovarios todavía no son una pasa. Metáfora ingrata. Me gustaba la costumbre española de comer doce pasas de uva en la medianoche de la Nochevieja. Cumplir con el viejo rito del renacimiento. Año nuevo es otra vida. Pasas y ovarios. Me dan vuelta estas palabras. Que lindo sería que de las palabras nacieran nuevos sentidos.

Estoy tratando de recordar lo que sentía  en la infancia cuando después de hacer los deberes en los días calurosos antes de las vacaciones iba a tomar un helado. La frescura, el tiempo infinito por venir, la seguridad de sentirme querida…Me aparece otra metáfora ingrata: helados son también los muertos. Quizá la vejez consista en eso, la convivencia de los dos helados. El recuerdo del helado cálido y la angustia por el frío que solo percibirán los otros.

Me doy cuenta de que al referirme a la vejez, la imagino. Estar dentro de ella debe ser distinto a lo que mis fantasías dibujan. A lo mejor cuando sea más  vieja que ahora piense cada día que al otro recién seré vieja. Mi abuela decía: lo importante en la vejez es poder valerse. Pero eso es importante siempre. Debo haber atravesado vejeces a lo largo de mi vida sin haberlas reconocido como tales.¿Como se registrará el deseo en la vejez-vejez? Llegado a este punto prefiero dejar de escribir y quedarme con la curiosidad hasta que sea.

 Gratamente A.

 

Año 2013

Pasaron dieciocho años desde lo escrito aquí arriba, y por cronología debo suponer que la susodicha (vejez) ha ido labrando su ruta, aunque todavía “en el fondo” no me creo haber cedido tanto a su misión tan publicitada de depredadora ingrata. Dejo asentado que, sobre todo, en los años transcurridos desde la carta de C.B a hoy día, he sido sobre todo testigo en primera fila de la vejez de otros, en primer lugar la de mis padres, con sucesivas y progresivos males y enfermedades hasta que les llegó la muerte. Y se fueron con suficientes años cumplidos en estos lares. Antes, como había ya señalado, fue la de mi abuela materna, muy significativa para mis emociones. (Los otros ancestros habían ya fallecido en mi niñez o adolescencia).

Se que los últimos años, ocupada en tales menesteres, dejaron una impronta cuya marca aun no está clara. Pero se también que frente a frente, la vejez de mis queridos me permitió aprender, de mi, que tengo aguante, y de ellos, que cuando se está en el cuerpo de un viejo, aun con dolor (en su caso más psíquico que físico) por algún lado la vida pide filtrarse. Cotidianos días de senilidad y demencia podían tener, desde ellos, ráfagas de humor, respuestas de gratitud. Hacia quienes los bancábamos. Fue difícil, pero ellos no fueron insoportables. Junto con ellos partieron las medicaciones, las corridas urgentes, la Pyme armada en su casa para que gente a veces colaboradora y a veces no siempre fácil ayudara a cuidarlos. Extraño a R. el médico-hombre que hubiera elegido para casarme, por su dotada paciencia y comprensión de las situaciones (como médico, ojo).. Y por sus límites ante mis berrinches.

Paso a mis vivencias de mujer madura. De lo enunciado como propósito y proyecto, se cumplió algo del orden de los libros. La literatura no me abandona, escribí menos de lo esperado, mis obras completas esperan nuevo impulso. Hay bastante escrito, pero ¿nacerán libritos?… Puede que puede. Creo que mi psiquis navega por fantasmas algo pueriles pero esto no es falencia de sentido de realidad. Me encanta jugar a pensar como pendex, no le hago mal a nadie, y allá ellos, los intolerantes.

De lo aprendido en la experiencia, me quedo con lo asimilado en  amores. También en estos años pasados encontré, perdí, partieron al más allá buenos interlocutores. Respondo a la cuestión del deseo que me preocupaba a los cincuenta. A los sesenta y ocho no registro mayores problemas hormonales. Nuevamente la experiencia, y las lecturas de Sor Juana, me llevan a coincidir que en todo esto del amor, ¡cuánto de imaginado! (“…si te labra prisión mi fantasía”!! –dixit-Juana de  la Cruz).

La preocupación ante la muerte era más severa, creo, en décadas pasadas. No la espero, pero aprendí con los que partieron que quieras que no, se cumple con los ciclos.

De mi abuelita aprendí que la eternidad no existe, de mi papá que uno puede jugarse el cuerpo mientras vive, eso si, sin chillar, cual calavera de tango. De mi tía, que una enfermedad mortífera puede cambiar planes a largo plazo, y aceptar esto dignamente, y de mi madre aún no me animo a concluir el aprendizaje, murió para mi hace poco, pero pasamos nuestro ultimo tiempo juntas con amor, y eso vale.

Me angustia en estas épocas percibir el avance de los años en amigos. Nuestras charlas van cambiando de rubro. Ahora me doy cuenta de que el propósito establecido con C.B. de cartearnos hasta que nuestro siglo veintiuno se nos acabara, es una falacia. Es posible que aun lo que a una mas le guste, por ejemplo escribir, por ejemplo, no sea factible. Veré como me cae en el momento que pase. Estoy tendiendo a abandonar el placer autogestivo de la meditación sobre todo. En los últimos tiempos las danzas griegas y flamencas hicieron bastante para el cambio de epistemología. El mundo externo me preocupa, lo de la causa justa en esta edad veo que se diversifica, no pierde fuerza la bronca, pero me concedo el tiempo de ver por donde pasan las prioridades, Hay tantas injusticias en tantos planos…pero si  se que no soy posmoderna. También dejo constancia de que hay gente más joven, soy tía abuela, es una incógnita real y verosímil qué harán Nico, Cata o Ana Paula cuando tengan treinta, cuarenta años…quizá puedan hablar de una vieja tía, puede que lo escriban.

Una última intuición sobre esto del malestar de la vejez, me inclina a conjeturar que lo que no se soporta es la vivencia, el pensamiento, la sensación, de que algún día sean otros los que se queden en el mundo. ¿Cuanto hay además en eso de no desear que pasen cosas a temer que puedan perderse? Ahora ya se que lo que empieza se termina, o se arrastra de manera pesarosa. Pero esto ocurre si uno está vivo. Si no,  ¿qué importa?

A.L. junio 2013             

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