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Moira Soto: Alberto Olmedo: la mujer no nace, se hace

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Aunque después de su muerte se convirtió en objeto de culto del periodismo de espectáculos, en vida, el gran Alberto Olmedo no era suficientemente celebrado por la crítica en su calidad de actor, ni entrevistado como tal. En realidad, el creador del Capitán Piluso, el General González, Rucucú y tantos otros inefables personajes, escapaba de los reportajes porque detestaba que se metieran con su vida privada. Él era de perfil más que discreto y además no tenía plena conciencia de la medida de su talento impar, de su fenomenal intuición.

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Para hacerle un par de entrevistas de las que a continuación se pueden leer extractos, que se publicaron en el diario Tiempo Argentino (el original), fue necesario esperar a Olmedo en el hall del teatro donde actuaba (imposible conseguir su teléfono) y casi rogarle que se aviniera a la nota, asegurándole que solo se iban a tratar temas relativos a la actuación, a sus personajes.

Un gran honor y un gustazo conversar con este hombre de genuina modestia, cortés y reservado, respetuoso hasta el extremo de tratarme ceremoniosamente de usted en todo momento. Corría el año 1983, época en que A.O. estaba en el cenit del éxito, encarnando a Lucy-Tootsie en el programa No toca botón, de Canal 11, y asimismo actuando en la revista Prohibida, en el teatro Astral.

¿Cuánto hay de cierto en la famosa anécdota de su primera aparición casual en cámara, que se dice que definió su destino?
-Es verdad que en una comida con mucha gente, como seiscientas personas, hice una monigotada muy grande. Tuve una noche de inspiración, el Señor me iluminó, estuve muy gracioso y los ejecutivos que me estaban viendo en ese momento, en seguida preguntaron por qué no trabajaba en televisión. A raíz de esa comida, debuto a la semana siguiente en un programa cómico que se llamó La troupe de TV.

¿Cómo nace Piluso?
-Porque me llama un señor Alba, que manejaba el Canal 9, era gerente. Y me propone hacer un programa infantil de cinco minutos para presentar un dibujito. Yo lo llamo a Coquito y él me escribe el guión. Lo hago durante una semana y vemos que funciona bien, por lo que deciden prolongarlo. Entonces resuelvo incorporarlo a Coquito como personaje. Piluso tenía una gran comunicación con los chicos, que pescan mucho el sentido del humor. Piluso nunca les hablaba como a retardados, de manera aniñada. Me dirigía a ellos en su lenguaje, y me respondían bárbaro.

¿Se siente más exigido por una obra de teatro donde hace un personaje protagónico, que por los sketches de la revista?
-Sí, pero también es más divertido: se está mucho más tiempo en el escenario. Y estar en el escenario es muy bueno para el actor.

Habitualmente ¿hasta dónde se ajusta al libreto en la televisión?
-En general, tengo claro todo el desarrollo del sketch y el remate. En el medio me surgen cosas y las digo, pero precisamente en Tootsie sigo bastante al director, que es el autor, y respeto el texto.

¿Acaso porque este personaje no se delira nunca?
-Claro, es el que mantiene más el tono. Será por eso que me obliga a estar alerta, no me puedo zafar, irme de ese personaje porque lo convertiría en otra cosa.

Pero en general, ¿siente que maneja bien el elemento sorpresa?
-Sí, me gusta mucho: es otro misterio que aparece así, de golpe. Pero sucede cuando estoy actuando en cámara, porque en el ensayo no me aparece nada. Me surge allí, cuando ya se encendió la luz roja, es otro mundo que empieza para mí.

¿Alguna vez se sorprendió robándole algo a algún cómico?
-Es posible que me haya visto diciendo algo en el tono de algún actor… Sí es así, al único que creo haberle robado algo, no recuerdo bien qué, estoy seguro que es a Fidel Pintos. No haciendo sanata porque no sé, pero algún gesto, alguna palabra de él pienso que sí. Y me encanta que sea justamente él, a quien yo quería y admiraba mucho.

¿Alguien trató de explotar su parecido con Discépolo?
-Sí, se intentó años atrás con Tania, con grandes autores de tango. Tuvimos varias reuniones. Yo era muy parecido y ellos intentaron hacer una película. Yo estaba dispuesto, con muchas ganas de interpretar a ese poeta de Buenos Aires, me habría gustado rendirle un merecido homenaje. Pero no se concretó, ya pasó. Desgraciadamente, ahora no lo podría hacer por una cuestión de edad, aunque esté más maduro como actor.

Siguiendo los pasos de Michael, el protagonista de Tootsie, surgido del exitoso film del mismo nombre ¿es usted un hombre diferente después de unos meses de interpretar a una mujer en su programa de TV?
-No, sigo siendo en Negro Olmedo de siempre. No creo variar mucho en las interpretaciones. Por eso me llama la atención que les llame la atención que haga un personaje como este de Tootsie. Y que consideren, como usted en este caso, que soy un buen actor. Será porque no me resulta difícil: yo no hago ningún esfuerzo al actuar. El único cambio que he notado es una alegría en mí, más que el año pasado con este programa.

¿Le dedicó mucho tiempo a la composición de Lucy, personaje inspirado directamente en la Tootsie que hiciera en el cine Dustin Hoffman? ¿Se inspiró en alguna mujer que conociera?
-Hice este personaje como hago todos los demás personajes del programa: llego a grabar, me pongo la ropa, en este caso me maquillo, y salgo. Ese es mi método. Por supuesto que me inspiré en la Tootsie de Dustin Hoffman. Tomé en general actitudes que me parecen propias de las mujeres. Sin embargo, creo que me salen pocas muy femeninas: saco una manita, por ahí hago alguna cosita. Pero nada de hacer el maricón.

¿Es muy trabajoso estar hecho una pinturita, maquillado, vestido y calzado como una mujer?
-Sí, realmente qué trabajo tienen las mujeres. Se hace pesado ¿eh? Se nota que está duro el mercado… Ahora entiendo lo que decía Hoffman al final de la película, eso de que comprendía mejor a las mujeres… Es la primera vez que me agarra la maquilladora y me sienta durante una hora. Ahí me pone las pestañas –yo sufro mucho de los ojos-, me pinta. Soportar todo eso es un triunfo para mí. Me he entregado realmente. Me gusta mucho porque es un paso de comedia.

¿Ha notado que tanto los hombres como las mujeres que se travisten generan una atracción especial en cine, teatro o televisión?
-Es cierto, parecería que sí, que el travestismo funciona en el espectáculo. En Brasil, mucho más que acá. Yo ya me había disfrazado de mujer en otro programa donde hacía a una profesora de gimnasia. Parecía mi mamá: una negra con el pelo negro.

A medida que pasan los programas, ¿le va agregando cositas, chiches a su Lucy-Tootsie?
-Con el autor estamos muy atentos a los temas que tratan las mujeres cuando hablan entre ellas, cosas a las que antes yo no les prestaba mucha atención. También me sorprendo observando algunos pequeños detalles de la manera de conducirse.

A diferencia de la Tootsie de Hoffman, de quien nadie sabía que se trataba de un disfraz, su esposa en la ficción conoce la superchería, es su cómplice.
-Es verdad, en eso los dos personajes se diferencian, creo que esa situación resulta particularmente graciosa. Nosotros, por lo menos, nos divertimos mucho con ese doble juego.

¿Qué opinión le merece Niní Marshall?
-Es una gran creadora de personajes. Sin duda, es la más destacada de las mujeres que han creado humor. Ella siempre escribió sus libretos, una gran trabajadora.

¿Qué siente cuando ve sus propias películas o sus programas grabados?
-Nada en especial al verme, pero cuando estoy en el momento de la actuación, ahí gozo. Cuando se enciende la luz roja. Y cuando me siento inspirado, bueno… Sé que me está pasando algo especial, como si alguien me empujara, una especie de trance.

¿Cómo recuerda la experiencia de la película Mi novia el travesti, con guión de Oscar Viale?
-Fue fantástico, me gustó mucho. Algo diferente de lo habitual. Me gustaría volver a hacer algo por el estilo. Interpretar personajes de todos los días: un obrero, por ejemplo. Para hacer otra cosa, que tenga de todo –comedia, drama-, recurriría a Viale. Me gusta mucho el gordo. Por eso pienso que mis próximos pasos se van a inclinar por ese lado. Creo que ya tengo la edad justa para empezar a hacer otras cosas. Sin abandonar lo que hago ahora, por supuesto. Pero de vez en cuando, darme también mis propios gustos.

 

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