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Beatriz Broide: Primera parte: Los judíos en la Argentina

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Primera Parte: JUDÍOS EN LA ARGENTINA-  HISTORIA Y MEMORIA :

Ricardo Rojas sostiene que la historia argentina guarda muchos secretos de la historia judía. ¿Cómo develarlos, entonces, cuando generalmente se confunde lo oculto con lo inexistente?

Y si la  historia es el testigo de los tiempos, la vida de la memoria y la antorcha de lo auténtico, recorrer el camino de su trama  no es tarea sencilla ni llana. Y también porque la historia  suele deparar curiosas ironías.

Una de ellas es el registro de una  referencia interesante: la alianza matrimonial de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón fue concertada con la intervención de los buenos oficios de un judío: el  Gran Rabino Abraham Senior. Y no es menos sugerente recordar que fue precisamente en la ya reconquistada Alhambra, donde los soberanos españoles  decretaron el 30  de Marzo de 1492  la expulsión de los judíos de todos sus dominios.

Cecil Roth, uno de los más singulares autores de la historiografía anglosajona, catedrático de Estudios Judíos de la Universidad de Oxford, afirma rotundamente que la conexión de los judíos con el descubrimiento de América no constituyó  una coincidencia fortuita.

La expedición de 1492 fue, en gran parte, una  empresa judía,  sumada  a  los bastante serios fundamentos que permiten suponer que Colón  mismo era miembro de una familia neocristiana.

Cristóbal Colón comenzó su relato de la expedición que llevó al descubrimiento del Nuevo Mundo con este significativo pasaje: “El  mismo mes en que Sus Majestades publicaron el edicto ordenando que todos los judíos  fuesen expulsados del Reino y sus territorios, ese mismo mes diéronme  la orden de emprender con suficientes hombres mi expedición a las Indias”.

Así, por una sombría combinación, la hora que marca el comienzo de un enorme éxodo , marca también  la iniciación de la empresa descubridora de Colón, dos importantes acontecimientos que coinciden en el tiempo y tienen los mismos protagonistas.

Se la considera una empresa judía porque fue principalmente apoyada, estimulada y financiada por judíos.

A Juan Colonia, Secretario de Estado del Reino de Aragón, de origen judío por línea  materna, y cuya esposa pertenecía a la  familia conversa de la Caballería, correspondió firmar la Capitulación de Santa Fé  y la Carta de Privilegios de 1492 donde se estipulaban las condiciones económicas y las prerrogativas a las que tenía derecho Colón.

Luis de Santángel,  escribano del Reino de Aragón , de familia conocida también como conversa concedió un préstamo sin intereses de 17.000 ducados de oro. Y fué tal vez  esa transacción  la que originó la leyenda según la cual la Reina Isabel ofreció sus joyas a fin de conseguir fondos para el viaje a las Indias.

Los ejemplos podrían multiplicarse, pero no es exagerado afirmar que la empresa colombina fue apoyada, estimulada y financiada mayoritariamente por judíos. Al fin y al cabo, estaban buscando una ruta comercial  en la que tenían interés.

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Aunque hay discrepancias sobre el número de tripulantes que zarparon en el primer viaje, fuentes razonablemente fidedignas parecen coincidir con respecto al porcentaje de judíos o descendientes de judíos que embarcaron en Palos: constituyeron un tercio de la tripulación.

Algunos de ellos fueron : Rodrigo de Segovia, que representaba a muchos de los que habían invertido capitales en la empresa;  Luis Torres de Murcia -que había sido bautizado inmediatamente antes de embarcar – hablaba hebreo, caldeo o arameo, algo de griego y era experto en lenguas orientales; Mestre Bernal, médico y boticario  y también viajaron los cirujanos  Marco y Juan Sánchez de Córdoba.

Colón, con su conocida habilidad para desdibujar, disimular o embellecer la realidad de acuerdo a los fines que buscaba logró  transitar con éxito  ese laberinto que parecía ser el espacio geográfico, el de sus orígenes y el de sus creencias.  Pero siempre está presente la impronta judía en esa empresa que culminó con el hallazgo del Nuevo Continente.

Los judíos y los cristianos nuevos  aprovecharon las posibilidades de refugio que les ofrecía este Nuevo Mundo y empezaron a trasladarse  trayendo en su equipaje su cultura, sus tradiciones y sus modos de inserción social.

En el territorio que hoy forma parte de la República Argentina se establecieron durante la Colonia una significativa cantidad de judíos o cristianos nuevos que fueron llegando por distintas vías. Hubo momentos en que relativamente su número fue tan grande que hasta en numerosos documentos de esa época  de persecución y exterminio de hebreos se habla de ellos como  importantes elementos integrantes de la población.

Pero hay que recalcar un aspecto que,  aunque conocido , muchas veces no se le presta la debida atención: los judíos que por aquellos años habitaban estas tierras eran todos bautizados.

Sin embargo, el agua bautismal no anulaba por sí misma el  profundo  antagonismo existente entre ciertas capas de judíos y de católicos. La sociedad católica desconfiaba de los conversos y ellos, obligados a bautizarse , continuaban siendo judíos en sus prácticas y en sus creencias.

A pesar de tales recelos, pronto se dio en la vieja Buenos Aires un fenómeno muy característico: esos cristianos nuevos se casaban  preferentemente con hijas o nietas de conquistadores y adelantados, dando así origen al patriciado argentino.   Procedían de este modo porque los privilegios reservados  para los descendientes de los primeros pobladores  españoles eran hereditarios también por línea femenina. Obviamente, este aspecto no constituye un dato menor.

Si se analizan los apellidos porteños de esos tiempos  se puede observar que casi todos  provenían de cepa hebrea más o menos modificada por el injerto aragonés, navarro o vascongado.

No se trata sólo de mostrar el ascendiente judío en los orígenes de las familias tradicionales de vieja alcurnia sino también señalar la influencia que tuvo esa cultura en la construcción de la Argentina, como una referencia ineludible con el propósito  de remarcar su contribución en la época colonial, a pesar de ciertos esfuerzos que se hicieron para borrar las trazas de tal influencia. Porque existe un innegable  pasado que ya entró irremediablemente en la historia- Tenía razón Arturo Capdevila al decir cierta vez: “siendo argentino de siete generaciones es imposible que no corran por mis venas algunas gotas de sangre judía”.

Por otra parte. hay que subrayar un hecho que tuvo gran peso en el desarrollo de la Argentina: Buenos Aires nunca fue  una ciudad de productores.  Durante la Colonia fue un centro comercial sin “hinterland”, un centro comercial en el desierto, una ciudad de tránsito de o para el Alto Perú, que con su ubicación privilegiada todo lo recibía desde afuera mientras el ganado cimarrón se multiplicaba exponencialmente en las pampas que circundaban el villorrio sobre el Plata. ¿Por qué este fenómeno?

Los españoles consideraban deshonroso dedicarse al trabajo físico en las tierras de América. Y fueron judíos  y cristianos nuevos de distintos orígenes los que se abocaron a la tarea productiva y comercial,  y siguieron en ella a pesar de la oposición de los representantes del monopolio español.

Esos judíos y cristianos nuevos  unidos a comerciantes criollos que no eran socios de las casas monopolistas de Buenos Aires rompieron el cerco del monopolio español vista las pingües ganancias obtenidas . Así,  gracias  a su privilegiada ubicación geográfica la zona se transformó en un importante centro de contrabando.

Pero esta circunstancia no puede ser reducida meramente a una cuestión económica , sino que también respondía a las necesidades apremiantes de toda la población.  Además su alcance va mucho más lejos , porque el contrabando se realizaba durante la dominación española con la complicidad de las autoridades que, no obstante , con cierta frecuencia, dictaban prohibiciones formales.

De este modo Buenos Aires comenzó a progresar ostensiblemente.

Vicente Fidel López tiene una mirada clara sobre el tema cuando dice que como los intereses y la población misma eran heterogéneos a veces predominaba el curso favorable al contrabando y otras los intereses de los españoles  representantes de las casas monopolistas; aunque esa  pugna constante entre ambos grupos tomó con frecuencia el aspecto de disputas religiosas .

Los judíos y cristianos nuevos, además de dedicarse al comercio, se volcaron a otras actividades: la orfebrería, la carpintería , la platería , la herrería  y también a tareas agropecuarias,  primero como chacareros  y más tarde como estancieros.

El criptojudaísmo, en sus diversas formas, es tan antigio como los mismos judíos y es un fenómeno que se ha dado en los lugares aparentemente menos indicados para ello. Aún así, en su milenaria historia de exilios y muchas veces de obligados camuflajes los judíos han continuado su camino.

En la Argentina, se puede ubicar su abierta llegada como tales a mediados del siglo XIX, pero la inmigración masiva al país se despliega a partir de  1889,  con algunos grupos que arribaron de un modo apenas organizado. Y muy pronto se dió inicio a una original experiencia colonizadora agrícola  judía.

Esa  Argentina que recibió a los inmigrantes judíos tiene un atributo distintivo: el de ofrecer a sus recién llegados vertientes inusuales de protagonismo social  facultando el ejercicio franco de lo judío. Y lo facultó como una nueva modalidad de lo argentino.

Fue más que el ámbito de la mera subsistencia física.  Mucho más que un entorno exento de riesgos. Constituyó, por sobre todo, un factor decisivo en la apertura de un perfil inédito -íntimo y profundo-  de la identidad judía: la del judío argentino.

Son más de 125 años de frondosa historia que permiten volver a pensar el judaísmo desde una óptica actual que considere las particularidades y las características de una cultura que una vez más se encuentra en pleno proceso de cambio, evolución y debate interno desligado del mármol de la liturgia.

Porque el judaísmo es diverso, pluralista y universalista. Ionesco decía : “yo escribo porque quiero formular preguntas”. Y ese cúmulo de interrogantes es la parte más estimulante de todo pensamiento.  Es la actitud de quienes están atentos a sus inquietudes y  a sus emociones y que confían en ellas para ponerles palabras sin necesidad de legitimarse ante nadie.

Serr judío es ser pregunta. Y no hay respuestas. Porque ninguna palabra termina de traducir el misterio mismo de la condición humana, de la condición judía. Y porque preguntar es también intentar atreverse a saber lo que todavía no se sabe, lo que todavía nadie sabe.

En el auténtico preguntar zozobra la certeza, y la intensidad de lo polémico y lo conflictivo cobran preeminencia  sobre el sumiso equilibrio de lo ya establecido. En el acto de preguntar, el entorno reconquista su perfil ambiguo y de oscuridades que las respuestas disuelven y clausuran.

De este modo se va configurando el judío laico,  que estimula las dudas y aborrece las certidumbres, pero que es un judío entero, multifacético y pluridimensional, que no se ajusta a axiomas ni a esquemas.  Es aquel que sabe que sólo va a perdurar cambiando; que va seguir siendo diferente a sí mismo todo el tiempo.

Nietzsche decía que “mejor que encontrarse es volver a perderse”. Ese extravío encarna una búsqueda  permanente y también la ruptura con anestesiantes grilletes preforjados para dar lugar a nuevas reformulaciones y hasta quizás también a nuevos paradigmas.

Claro que ésta es una perspectiva inquietante para quienes entienden el judaísmo como una cultura que ha cristalizado hace siglos, de una vez para siempre y que piensan que salvo algún leve maquillaje ,  lo que cada generación judía ha dejado a la siguiente no es un legado sino un mandato.

Si el judaísmo es una tradición y un legado que se recibió para enriquecerlo, entonces será tarea de todos y cada uno modificarlo y enriquecerse espiritualmente con él.

La tradición para perdurar requiere, de modo preeminente, memoria, repetición, costumbres.  Pero el pensamiento judío no ha podido ni puede sobrevivir sin un espíritu crítico, sin creatividad, sin innovación, sin un ensanchamiento conceptual constante asentado en la indagación  y en la libertad interpretativa.

Si el pueblo judío es el pueblo del libro, no es porque lo haya escrito sino porque no cesa de escribirlo. Y porque los judíos son pregunta, ninguna respuesta, ninguna palabra  termina de abarcarlos  y de traducirlos. De  ahí la búsqueda de la palabra propia y colectiva.

Pero esa re-elaboración no puede hacerse desde la ignorancia, sino a partir del estudio, de la reflexión , de la cultura, de la educación, de la memoria y del pluralismo. También, ser judío laico significa que “somos los que sabemos que no sabemos”.

El judío laico no rechaza la simbología afectiva de las tradiciones que están incluidas en la larga memoria colectiva de sus raíces:  las resignifica,  y su desafío es conservar lo alegórico  y lo auténtico. Nó con un respeto reverencial, sino con el respeto del intelecto, del descubrimiento y de la creatividad.

El judaísmo laico no tiene dogmas ni libretos, asume que el mundo es un lugar abierto, en permanente tensión, en permanente discusión, en permanente cambio. Porque el judaísmo no es un parque cerrado.  Es un enorme bosque de múltiples senderos que cada uno va transitando de distinta  manera.

En mayor o menor grado ha existido y existe en la Argentina  un judaísmo laico fuertemente enraizado desde hace muchos años que ha dado robustas muestras de gran riqueza sin haber impedido  un sentimiento de pertenencia de peculiares características.

El judaísmo laico significa también plantear las singularidades de una cultura viva que se renueva al mismo tiempo que va enmarcando las tensiones entre progreso y conservación de lo ancestral,  proponiendo una mirada amplia que contemple el concepto de identidad  para concebir el judaísmo  como una totalidad dinámica. Asume. Asimismo. que las identidades son estados conflictivos, estados en movimiento. Son elaboraciones que se van re -inventando y re-haciendo y por lo tanto no son estados cerrados ni definitivos. Porque las formas de interpretar lo judío son múltiples y en constante resignificación. A tal punto que entre las diversas formas de judaísmo puede haber hiatos aparentemente  insalvables.  Y es más: esos abismos son los que hacen crecer lo judío como vida que se transforma y se reinventa.

No hay una definición de lo judío.  Hay interpretaciones.. Son precisamente esas interpretaciones y  re-interpretaciones las que han constituido y constituyen la clave misma de su supervivencia.  Y no sólo no amenazan la continuidad judía sino que la incitan y la estimulan. En esa constante apertura identitaria lo judío fué mutando y re-significándose. Y re-significándose se preservó a sí mismo.

La historia de los judíos es una historia de hibridación permanente. Y fue precisamente  esa esencial actitud proteica la que muchas veces entrañó  la causa misma de la incomprensión, los prejuicios  y las persecuciones.

Finalizo con unos versos del  poeta Carlos Grünberg,  que con su particular  rima,  constituye  una figura arquetípica de la primera generación literaria judeo argentina.

 Argentino y judío, no reniego

ni de lo argentino ni de lo judezco,

de mi argentinidad

ni mi judeidad.

Antes bien a las dos me apego;

antes bien a su dualidad,

a su dúplica realidad,

sutilmente me entrego

para que no se trunque mi personalidad”