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CATALINA DEMARE – “Prensa de mujeres” y la sexualidad

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En 1984 Leonor Calvera y un grupo de mujeres emprendieron la tarea de crear una pequeña revista que estaría dedicada a tratar el tema de la sexualidad, específicamente la femenina.

Los fascículos -así los llamaron- incluían aspectos teóricos de la problemática tanto como testimonios personales y reportajes a figuras diversas. Se destacaban firmas como las de León Gindin y Gloria Bonder junto al recuerdo de mujeres educadoras y el aporte vivencial de jóvenes estudiantes.

Las revistas incluía también anuncios sobre profesionales y una guía de actividades de y para las mujeres. La primera entrega giraba en torno a la iniciación sexual. Reproducimos aquí dos de los artículos como muestra del tratamiento que se le daba al tema que aún en la actualidad sigue siendo mal comprendido y peor cuidado.

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La iniciación sexual

En la historia

La iniciación sexual constituye un rito de pasaje. Según la definición de Van Gennep -discípulo de Durkheim- in rito de pasaje es lo que acompaña y simboliza algún cambio de tiempo, de lugar o de ambiente social.  Y esto es, precisamente, lo que a lo largo de la historia ha ocurrido con la iniciación sexual, entendida como la primera relación heterosexual completa. El individuo entra en un nuevo estadio psicofísico de amplias connotaciones sociales. Por ello, al rito de pasaje se lo denomina también rito de crisis de vida.”

En las comunidades mal llamadas primitivas, la iniciación sexual femenina solía estar unida al reconocimiento de que la niña ya era adulta y estaba lista para el matrimonio. Entre los varones, en cambio, no coincidían los ritos de iniciación sexual con los ritos matrimoniales

Los bemba, por ejemplo, según un relato presencial de Audrey Richards, recogido por Lucy Mair, tenían ceremonias de iniciación, coincidentes con las de matrimonio, que duraban un mes, período que en tiempos anteriores había sido mucho más prolongado.

Dice el relato que “La muchacha vivía durante ese tiempo en una choza que había sido vaciada de su contenido…Algunos ritos tenían lugar allí y otro entre los arbustos… La muchacha debía entrar en la choza de espaldas para mostrar que estaba dejando su antigua forma de vida. Estaba cubierta por mantas, ocultándose así a las miradas, y así permanecía cuando salía de la choza. Aunque fuera el personaje principal de la ceremonia, parecía perder toda personalidad para el observador. Lo que expresaba de una manera  impresionante el carácter marginal de su posición entre los dos estados.”

Y luego Mair agrega otro ejemplo similar: En Ndumbu, otro lugar de Zambia, durante los ritos de pubertad y matrimonio, la muchacha tiene que estar acostada, cubierta, cubierta de mantas, y ha de permanecer inmóvil todo un día, al pie de un árbol sagrado, lo cual es quizás otra expresión de la carencia de personalidad entre los estados de niña y esposa.”

En la tradición judeo-cristiana observamos, con las diferencias que impone  una cultura sofisticad, la misma clase de rito que une en un solo haz, la iniciación sexual de la joven y su advenimiento a la condición de casada. Los padrinos oficializan la entrega de la joven al marido, asegurando la exclusividad de la desposada. Vale decir, la novia nunca es ella misma, nunca está auto-determinada: pasa de la tutela parental a la tutela del marido, sea ésta real o psicológica.

Ese aspecto se halla taxativamente señalado en comunidades tales como  la de los sinhaleses, en que la novia se va de la casa de los padres vistiendo las ropas que le regaló el marido. Esto, a la vez que deja en claro la separación definitiva del hogar paterno, indica la dependencia del marido en que se encontrará en el nuevo estadio de su vida. Esta dependencia toma en la actualidad formas mucho menos obvias pero no por ello menos profundas.

El carácter de “posesión a vigilar” de la mujer ha sido subrayado tanto desde el ángulo religioso como de las leyes y costumbres. Las legislaciones han restringido siempre sus derechos en relación con los del varón –y continúan haciéndolo. Por su parte, las costumbres han avalado ese estatus, convirtiendo a la mujer transgresora en objeto de desprecio, burla o rechazo social. Por las mismas razones, han sufrido una severa condena todas aquellas mujeres que elegían no pertenecer a nadie, eludiendo así los lazos coercitivos.

Hemos visto en los ejemplos anteriores que en las comunidades primitivas no se le concedía a la joven una individualidad o identidad propia. Sí, en el periodo entre ser la hija de su padre y convertirse en la mujer del marido, se la aislaba: no se mantenía trato con ella porque no era nadie, no significaba nada. Esos contenidos permanecen parcialmente intacto, no habiendo conseguido obtener la mujer el espacio que le corresponde como ser humano completo en sí mismo.

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El libre juego de las relaciones amorosas ha estado siempre separado de la institución matrimonial en aquellas comunidades de fuerte raigambre matrilineal. En cambio, la castidad pre-nupcial, como sostiene Briffault, es vigorosamente alentada en los pueblos altamente patriarcales. En algunos, se tolera cierta libertad, en tanto la muchacha no quede embarazada. De ocurrir esto, la única alternativa es el matrimonio. En este punto, es bueno recordar que numerosos antropólogos y sociógos han advertido que puede trazarse un paralelo entre sociedades patriarcales con gran desarrollo de la propiedad individual y el cercenamiento, i regulación, de las libertades sexuales. En sentido contrario, las comunidades que permiten una amplia gama de libertades sexuales ostentan un desarrollo escaso del sentido de la posesión individual.

Resulta claro que la iniciación sexual ha sido siempre para la joven un tránsito difícil. No sólo porque implica la apertura hacia otro biológicamente distinto sino –con todo lo que ello implica de  modificaciones psíquicas y emocionales. Sino, fundamentalmente, porque aparece unido a un cambio social, al enfrentamiento con una nueva vida. Junto con el asombro, la inquietud, la curiosidad o la falta de certezas que pueden surgir del encuentro con un cuerpo ajeno, de las experiencias que de allí se deriven, la joven se ha encontrado tradicionalmente con una paleta distinta de responsabilidades y deberes, de transformación de su vida cotidiana…

Aquí y ahora

En el momento actual, en nuestro país, la Argentina, la sociedad ofrece a la adolescente un doble código moral. Por un lado, se mantiene la vieja asociación histórica, sexualidad-matrimonio, pero, por otro, se la insta a expresarse en todos los planos, aun el sexual-

A través de los medios de comunicación masiva y de cierta literatura, se filtra la imagen de que la mujer está hecha-para-agradar, que la aprobación física cuenta de modo decisivo en la vida femenina, de modo que a la adolescente le cuesta pensarse fuera de esas pautas.

La conquista del varón se convierte en un hecho obligado y decisivo en la vida de la joven. Y, una vez conquistado, en retenerlo. Si no se adecua a ese esquema, la joven corre el riesgo de volverse sospechosa: se piensa  que no es popular, que oculta algo extraño- Entonces, poco a poco se la margina, se la excluye de la rueda de amigos. Lo diferente no suele ser visto con simpatía por los jóvenes.

La sociedad de consumo ha creado una moda en la forma de vestirse, de actuar, de lugares a los que concurrir, ideas que sostener, que uniformiza a toda la generación, supliéndole la auténtica necesidad de independencia por  estereotipos seudo anticonvencionales. En la corriente de esa moda entran las relaciones sexuales.

Varón y mujer no conviven en condiciones igualitarias en nuestra sociedad. Lo que se estimula en el varón, se desestima en la niña. Los conceptos de dignidad y realización difieren cualitativamente para el varón y la mujer. También los de éxito-fracaso como los de autonomía. Lo mismo ocurre con los de moral sexual.

La pluralidad de relaciones es criticada en la joven y alentada en el varón. En éste, los excesos se festejan como señal de virilidad. La mujer, en cambio, está atrapada en el mecanismo de conseguir y retener a un compañero. La adolescente, entonces, para no sentirse tonta o distinta, accede a relaciones sexuales que no le interesan realmente sino que funcionan como respuesta a una expectativa dominante.

Muy a menudo esas relaciones no quedan clarificadas con los padres, lo cual supone una situación de clandestinidad, con todo los riesgos que eso representa.

Los padres, por su parte, generalmente toleran esas relaciones como un paso necesario para la consolidación de una pareja para su hija…

A pesar de que la sexualidad es un tema que parece estar muy tratado en nuestra sociedad, lo cierto es que todavía persiste una gran ignorancia, La joven se lanza a la aventura con un conocimiento precario de sí misma, confundida por mensajes contradictorios que le llegan respecto a su propio cuerpo, con el miedo a un embarazo no deseado-

Lo que debiera ser un maravilloso descubrimiento, una armonización deslumbrante suele transformarse en un desgranarse de malentendidos e inseguridades. El gozo del cuerpo, que puede servir como vehículo de auto-realización peligra frente a la no conformidad con la propia apariencia, frente al temor a la crítica i a la mirada despreciativa.

La sociedad toda está impregnada de sexualidad: hay un mandato subyacente que privilegia el vínculo de pareja por sobre casi toda otra relación, quizá exceptuando a los hijos. Paralelamente, se elude hablar con sinceridad del centro de las relaciones varón-mujer, repitiendo hasta el cansancio el mismo esquema genito-patriarcal.

De algún modo, es como si en la actualidad co-existieran varias eras más o menos sutilmente: la que condenaba a las mujeres por ser la causa de la embriaguez sexual masculina, la era cortesana, en que se disfrazan los verdaderos problemas sexuales femeninos y la actual, todavía incierta.

Un tiempo en que ha cobrado una dimensión insólita la trata de personas, un tiempo que confunde placer con sentimientos, sometimiento con realización plena.

No encontramos inmersos en un tiempo de cambios, de crisis. Por ello, abundan las contradicciones y no hay una respuesta válida y universal sobre el tema de la sexualidad. Cada adolescente, cada mujer, ha de esforzarse por encontrar su propio camino, sin perder de vista el respeto por sí misma y por su autonomía. Sin embargo, todas debemos cooperar para que la solución personal sea la mejor posible, aportando sin falsedades ni hipocresías nuestras experiencias y conocimientos, nuestros testimonios y nuestros análisis.

Entre todas aprenderemos realmente quiénes somos, qué queremos, cómo lo queremos para que la iniciación sexual y su posterior desarrolla pueda vivirse sin conflictos ni angustias sino como un suave deslizarse por una etapa de la biografía personal.